El dilema de lo público y gratuito

El espacio de este blog se ha ido convirtiendo en un punto de reflexión, íntima pero al mismo tiempo relativamente pública, sobre ciertos puntos de inflexión de mis años recientes y en los que, vistos en perspectiva y como la trama de un tapiz, voy percibiendo un diseño en el que me reconozco.

Poco a poco y a medida que la edad avanza, se configura algo cercano a eso que llamamos Destino en sus múltiples acepciones, y que no sé si puede ser asociable a la identidad, pero sí al mundo del anhelo infantil. Aquella instancia cronológica en la que en tantas cosas pareciera ya prefigurarse mandálicamente todo lo que será, quizás porque uno ya lo sabía. O lo intuía. O sencillamente lo era. Y de ahí el deseo y la urgencia en las acciones, a veces ciegas, y las múltiples complicidades de la vida, de las oportunidades, de los supuestos errores y del hipotético azar.

 

Todo junto

Recientemente decidí dar mayor difusión a todo aquello que, de mi producción personal escrita, sonora y audiovisual realizada desde 1979, pudiera estar accesible en forma gratuita en la red. Para ello concentré en un lugar de mi sitio web (AQUÍ) links para acceder directamente a más de 100 horas de video, más de 400 horas de audio y más de 2.000 páginas de texto con creaciones artísticas mías e investigación personal y reflexión y divulgación didáctica de contenidos filosóficos, sociológicos, técnicos y lingüísticos principalmente asociados a la astrología y a la cultura griega.

Ambas, la astrología y lo griego, vendrían a ser la punta de un iceberg mucho mayor al que denominaría simplemente “cultura”, un universo semiótico antropológico que incluye miríadas de cosas que considero objetivamente valiosas (y no me refiero a mi producción en sí, sino a lo que ésta indica, aquello que señala y connota), y de ahí naturalmente las ganas de su difusión. Cuando no una cierta sensación de obligación.

No es nada inusual en mí: desde hace cuatro décadas trabajo sin pausa para ganar mi sustento diario y de esta manera poder dedicar gran parte del resto de mi tiempo cotidiano a cultivar paralelamente y en forma gratuita las cosas que más me gustan y valoro, honrando el afán que me nació siempre naturalmente de compartirlas.

No es un secreto que en la Universidad de Buenos Aires trabajo para ello  intensivamente ad honorem desde 2007 (un académico estadounidense dedicó al –para él– extraño fenómeno un artículo en su universidad), y desde antes todavía en otros ámbitos afines. Y mucho más atrás en el tiempo, en el mundo de la astrología, sobre todo en una entidad que luego ayudé a convertir y sostener como fundación sin fines de lucro y en donde, más allá de la legítima tarea remunerada, dedicaba una cantidad añadida de horas y esfuerzos ciclópeos, casi sobrehumanos, a mejorar los vínculos institucionales y la estructura con el fin de optimizar su tarea formativa y de investigación y difusión en el área, temas a los que dediqué en privado décadas de estudio y esfuerzo insomne. Un esfuerzo económicamente no remunerado que continúo llevando adelante y volcando en artículos y videos públicos y gratuitos en la web.

Pero mucho más atrás todavía en el tiempo le dediqué y dedico todavía esa misma energía obsesiva al arte y a la indagación cultural filosófica, social y científica: innúmeros días y recursos personales, decenas de horas reloj semanales a veces concentradas casi en exclusiva a esa labor, que después tomó forma tangible en obras de teatro, películas, programas de radio y escritos con los que rara vez busqué ganar un centavo; más bien al contrario, yo fui quien las respaldó monetariamente desde mi bolsillo. No voy a pecar de ingratitud, pero hubo mucha más transpiración que regalo; a lo sumo, el del don que me regaló la Divinidad de darme esa voluntad y capacidad de persistencia.

Quien haya llegado hasta aquí y no le haya fastidiado este sospechoso autopanegírico sobre mis supuestas heroicas contribuciones a la comunidad (que objetivamente fueron muchas, tangibles y muy valiosas) y sobre mis monumentales esfuerzos sostenidos y monetariamente desinteresados de alzar la vara en temas de interés al punto del sacrificio, cuando no de una autoinmolación típicamente bipolar, quizás se haya preguntado: ¿pero qué bicho le picó a este tipo? ¿Qué le pasa? ¿Tan viejo y con esas inseguridades de púber adolescente? ¿Tanto necesita del reconocimiento que tiene que pregonarlo él mismo? ¿Qué miserias más profundas esconde esta soberbia de querer venderse como santo? Etc.

Pero es que no. Desde hace décadas me atenaza la duda (cuando no la certeza), de que todo esto que dije que hago, todo, todo esto, está mal. Todo. Como decía Pasolini en algún momento final de su vida, que “Me equivoqué en todo”. Y así y todo no puedo igualmente dejar de sentir que debe ser hecho. Y de hecho no puedo dejar de hacerlo. Lo que es un dilema. Uno obvio. Hoy más álgido que nunca, y ante el cual, al igual que Arjuna en el Bhagavad-gita, no puedo permanecer inerte.

 

El dilema

Muy temprano me topé con la problemática de la gratuidad o no de las cosas en general, el libre acceso o no a ellas y su estatuto público o más privado, sobre todo de las valiosas. Y qué hacer al respecto.

Me había impactado fuertemente un concepto del maestro espiritual Gurdjieff, que decía que el conocimiento tiene una materialidad finita y que por ello no podía (y por consiguiente, no debía) compartirse indiscriminadamente, ya que esa materia finita se diluye y se desvirtúa. Y que si alguien topa con algo valioso recibiéndolo de manos de alguien que no le da valor (que es una de las lecturas que en nuestra sociedad tiene la gratuidad), naturalmente lo desvaloriza, lo devalúa y degrada, haciendo un daño no sólo a la cosa en sí, pero también a dicho receptor, que en forma casi inadvertida estaría siendo partícipe activo de un sacrilegio o de un linchamiento, en donde la víctima sería, antes que nada, el valor de la cosa en sí, ese lugar en donde radica parcialmente su identidad y su eventual función positiva y, desde ahí, al fin y al cabo, el sentido de su accesibilidad.

El concepto de “esoterismo” de la escuela de Pitágoras aludido por Aristóteles, las enseñanzas no escritas de Platón y el voto de silencio de las iniciaciones mistéricas van a ser la matriz del desarrollo del Hermetismo y otros esoterismos y filosofías paralelas, usualmente en los márgenes de las historias oficiales y pregnando tantas cosas tan caras para muchos de nosotros. Desde la prevención de las perlas para los cerdos del Evangelio a la pérdida del aura de Benjamin hay un hilo conductor que ya parte de una paradoja. Porque, ¿qué más público, publicitado y difusor que la Buena Nueva Para Todos de las Religiones del Libro (el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, el marxismo)? O del mensaje del Buda, o la reproducción serial industrial, metastasiada en lo digital y lo virtual, cada vez más accesible pero al mismo tiempo inasible por estar neutralizada en los altoparlantes del ruido blanco del aluvión de señales?

Umberto Eco, que suele caerme sistemáticamente simpático, en 1964 hacía una defensa lúcida y ponderada de los dos polos de las consecuencias de la cultura de masas, a los que llamó los “Apocalípticos” y los “Integrados”, poniendo un particular énfasis positivo en los últimos, aquellos que producen siguiendo la corriente de la masificación, pese a los peligros del mercantilismo, la manipulación ideológica y la banalización del entretenimiento que ello supone. Pero poco antes de morir, lanzó en una entrevista de junio de 2015 la bomba de que “El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Lo griego vaya y pase, porque tiene sus bemoles y todavía hay ciertos mecanismos institucionales. Pero la otra punta del iceberg, la de la astrología, está experimentando este fenómeno en forma mayúscula e hipertrofiada, con todo el brillo de una Súper Nova. Y todo lo que esta imagen implica.

La eterna disyuntiva entre elitismo y populismo, entre secresía para unos pocos elegidos para resguardo del valor y la calidad, y vulgarización a través de la divulgación masiva, con su posible degradación. Y también, aunque de otro modo, entre Bhakti Yoga y Karma Yoga. ¿Pero hay, Arjuna, verdaderamente una disyuntiva, una “elección”?

 

Elecciones

Estoy atravesado por el concepto, naturalizado en mi país y que comparto, de la educación pública y gratuita. Los ideales franceses del iluminismo y luego de la revolución francesa y la democracia liberal subsumidos en esa ley de educación común, gratuita y obligatoria que el gran presidente argentino Julio A. Roca promulgó en 1884 y de la que fui beneficiario en las gestas inclusivas del Teatro Colón o de la Universidad de Buenos Aires, en donde deliberadamente elegí formarme y hoy sigo trabajando.

Pero también me sigue acosando el eco de las palabras de un decano de otro establecimiento, que me decía que las universidades habían traicionado su sentido original y que se habían convertido en meros centros apenas formativos expendedores de titulos: adiós a la investigación real, y por extensión a la búsqueda de excelencia en la prosecución del saber compartido. La meritocracia se convirtió en mala palabra.

Y ni que hablar del proselitismo político, la partidización, el adoctrinamiento y la catequización en tal o cual línea convenientemente hegemónica que promueven desde el monopolio estatal estos espacios educativos públicos y gratuitos: desde las idioteces repulsivas del Paka Paka y los conocidos libros de lectura infantil de los populismos a les reiterades rimbombantes comunicades (sic) autoritarios y nazistoides de las actuales conducciones, que por miedo y conveniencia nadie objeta.

Pero el facilismo y la demagogia también permean las instituciones educativas privadas aranceladas: el negocio del titulito, la degradación y distorsión prostituida y mercenaria de los contenidos, la priorización de la “utilidad” de éstos por sobre la verdad, incluso si son falsos, o hasta abiertas mentiras. La invasión de los idiotas de Eco nutre la proliferación de los hijos de la mala madre, de los cínicos vendedores de humo que convirtieron los sanos y legítimos dispositivos académicos de control, que buscaban proteger la verdad y la parresía, en camarillas de tránsfugas, mafias corporativistas, capitalismo de amigos con entrada libre y luego no tan gratuita.

 

La ola

El “conocimiento para todos” de las redes es una bendición por la inclusión, la pluralidad, la polifonía, la accesibilidad instantánea sin discriminación. Como todo don de los dioses, al mismo tiempo y por todo eso, también es una maldición, en cuanto promueve lo peor de todo lo dicho más arriba (aunque, Ladran Sancho, al menos uno se entera más rápido de más cosas (antes de la era de las redes, me iba enterando a cuentagotas, y a veces con años de demora, de la punta del ovillo calumnias y difamaciones sistemáticas de quienes querían usurpar mi lugar cuando ocupé ciertos roles institucionales para hacer aquello en lo que creía y que gracias a la Vida en gran medida logré: hoy toda esa maledicencia se ve más rápido).

Porque la consciencia subliminal de la levedad y falta de digestión de los jirones y ráfagas de conocimiento devenidos en frasecitas hechas y sloganes desarticulados producen una compensación inevitable, que es la de la simplificación, la reducción, el fundamentalismo autoritario, talibánico y sectario del pensamiento único que se presenta como verdad única y taxativa, demonizando todo “eso otro”, el enemigo (del propio negocio, del propio kiosquito del Ego y de los cursillos que venden esa verdad). La Guerra Santa de las Almas Nobles atrincheradas en su supuesta superioridad moral, y que de santa no tiene nada: pura impostura, bandera y barniz para el negocio, como lo fueron todas las guerras santas históricas. Veo ataques fundamentalistas, muy cobardes e idénticos al linchamiento, por parte de la Buena Nueva de la Astrología Tradicional o Clásica (sea eso lo que sea, cuando se la distorsiona presentándola como un pensamiento homogéneo, consistente y sin contradicciones o multiplicidad de voces internas), la nueva ola de los exaltados precariamente informados que tanto se parecen a las juventudes hitlerianas.

Y su contracara, el negativo, las otras Almas Bellas: los Nuevos Evolucionistas y el Evangelio de la astrología kármica y humanística llevadas a sus consecuencias más oscurantistas, las de un subjetivismo solipsista, de religión sectaria y snob (con toda la cruel frivolidad del esnobismo), gurúes con aspecto de publicidades de pasta dentífrica que promueven el presentarse como astrólogos (aunque con conocimientos mínimos de astrología) que funcionan como terapeutas  (aunque con formación habitualmente nula en terapia) y videntes infalibles de lo invisible (tu interior, tu pasado actual y prenatal), aunque la tensión de sus afirmaciones haga tan evidente que en su empeño los ciega la codicia y los anteojos oscuros de su propio ego. Y a quienes también veo apedrear al tonto o al hereje que no piense igual (yo mismo fui más de una vez lapidado por ellos y por los neotradicionalistas, amparados por las sombras y convenientemente protegidos con pasamontañas: un tema a resolver entre ellos y su alma, que no me compete).

Los exaltados en cuestión proliferan cada vez más, porque público hay para todo, y sobre todo porque lo simple, lo fácil e inmediato “vende”, especialmente si se presenta con una pátina de intensidad y como “la única verdad” (muy profunda, además, oh Alma Superior la tuya, comprador, la de Narciso contemplándose en el estanque, presto a ahogarse). Y las editoriales y las instituciones educativas, sea en el área pública o privada, han decidido claudicar y  seguir la corriente: la ola, con todo lo que va destruyendo en el camino. “Integrados”.

 

Por qué

En algún lugar de mi sitio web escribí hace mucho y luego reproduje en algún libro mío: “No hago lo que hago por placer, ni para expresarme o ser querido. Tampoco por ambición, por convicción o por los demás, ni siquiera por elección o por necesidad: todos subproductos de una pulsión fastidiosa, de un vicio. Lo hago porque no puedo dejar de hacerlo.”

No sé todavía si me equivoqué o no en todo, pero sigue resonando en mí una frase de Gurdjieff y que hace décadas sentí que reflejaba mi vivencia como docente: “Sólo hay que responder las preguntas que duelen”.

Me corrí hace años del espacio público institucional y mediático porque es parte constitutiva de una sociedad que está pasando una crisis colectiva de salud, y por ello mismo no puede evitar ese mismo espacio estar igualmente enfermo (o peor) y ensañarse con los anticuerpos que buscan defender la vida. Mi solución parcial ante la corrupción generalizada fue la de apostar a una convocatoria más íntima, a un camino iniciático interpersonal en línea con la autogestión educativa de Carl Rogers y con la noción oriental de alumno calificado. Y a riesgo de ser una voz en el desierto, al llamado y acompañamiento ocasional de quien hace el camino del autodidacta. Cada vez tiendo más a pensar, como Asimov, que “La educación autodidacta es el único tipo de educación que existe”. Con las redes, no quepa duda: arrasaron por contagio con lo valioso que había en las instituciones y editoriales de otrora, y al menos a cambio dan ahora una experiencia única e inédita de oportunidad para quien quiere hacer el esfuerzo de saber.

Gurdjieff decía una verdad muy simple, casi pueril de tan evidente: “Hay que aprender de los que saben”. Toda mi vida busqué a los que saben, y encontré a muchísimos guías. Muchísimos. Y maravillosos. Entrañables. La lista es enorme y merecería ser hecha en algún momento y en otro lugar. E intenté en mi camino garantizar la circulación y fortalecimiento de esos saberes, de lo valioso conocido y a ser todavía descubierto, convocando a otros buscadores de la verdad para generar esa masa crítica suficiente que generara un centro magnético eficaz desde los lugares adecuados.

Quizás llegó a suceder, pero aparentemente somos máquinas de gasoil o petróleo todavía no preparadas para esa nafta o gasolina refinada que es la astrología, y la estructura implosionó: hoy quedó en su lugar sólo una estrella enana negra que atrae desde las débiles radiaciones de su antiguo brillo a incautos o ambiciosos, una guarida de malandros que cínicamente saben que no saben pero facturan.

 

La siembra

También decía Gurdjieff que el verdadero conocimiento, sobre todo el relacionado con la autotransformación y el desarrollo espiritual, no podía simplemente entregarse o recibirse pasivamente: había que ganarlo y asimilarlo activamente mediante esfuerzo y la lucha personal, enfatizando la responsabilidad del individuo en la búsqueda del autoconocimiento. Porque ciertos conocimientos esotéricos son demasiado poderosos para personas no preparadas, y un uso indebido o precipitado podría provocar daños u obstaculizar un progreso genuino. Como el pitagorismo, el hermetismo o el esoterismo en general (aunque no precisamente la New Age), veía que esos conocimientos podían ser fácilmente malinterpretados y mal usados, de ahí el lenguaje oscuro, las metáforas y las contradicciones que incitan al trabajo interior del otro, porque la verdadera comprensión  proviene es ese trabajo y la experiencia internos, no solo de la comprensión intelectual, potencialmente superficial y sin sustento personal real.

Por eso la lucha por adquirir conocimientos es una parte valiosa del proceso de aprendizaje, al que le es constitutivo la disciplina, la perseverancia y el aprecio por lo adquirido: un sacrificio sincero y realizado gradualmente a lo largo del tiempo que implicaría un proceso transformador de autoobservación y conciencia física y emocional que va más allá de la adquisición intelectual, todo ello necesario para integrar el conocimiento en el ser genuino. El libre acceso podría trivializar ese esfuerzo transformador al dar el conocimiento masticado y con cuchara, desalentando el acto personal necesario de luchar activamente por él. De ahí la promoción a que la responsabilidad de la adquisición de conocimientos recaiga en el individuo, en su trabajo activo de buscar y comprender, independientemente de las circunstancias externas, abriéndose paso en la maraña de discursos supuestamente equivalentes (en su sentido etimológico: no de similitud o identidad, sino de que “valen” lo mismo) y que conviven en suspensión coloidal en la semiósfera digital.

Así que seguiré quizás, mientras lo sienta, sembrando, dispersando semillas, confiando en que alguna o algunas caigan en el lugar adecuado. “Una sola semilla puede cubrir de verde a un planeta”, decía Osho : es en mí lo más parecido a la esperanza, que nunca fue mi fuerte, pero sí el apostar a construir un futuro mejor. Si equivoco el camino, pido desde ya disculpas: no sé obrar de otra manera. Pero lo que tenga de valioso para decir o para dar, ahí va, de nuevo y como tantas veces:  PUBLICO Y GRATUITO.

Jerry Brignone

9 de diciembre de 2023

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *