El dilema de lo público y gratuito

El espacio de este blog se ha ido convirtiendo en un punto de reflexión, íntima pero al mismo tiempo relativamente pública, sobre ciertos puntos de inflexión de mis años recientes y en los que, vistos en perspectiva y como la trama de un tapiz, voy percibiendo un diseño en el que me reconozco.

Poco a poco y a medida que la edad avanza, se configura algo cercano a eso que llamamos Destino en sus múltiples acepciones, y que no sé si puede ser asociable a la identidad, pero sí al mundo del anhelo infantil. Aquella instancia cronológica en la que en tantas cosas pareciera ya prefigurarse mandálicamente todo lo que será, quizás porque uno ya lo sabía. O lo intuía. O sencillamente lo era. Y de ahí el deseo y la urgencia en las acciones, a veces ciegas, y las múltiples complicidades de la vida, de las oportunidades, de los supuestos errores y del hipotético azar.

 

Todo junto

Recientemente decidí dar mayor difusión a todo aquello que, de mi producción personal escrita, sonora y audiovisual realizada desde 1979, pudiera estar accesible en forma gratuita en la red. Para ello concentré en un lugar de mi sitio web (AQUÍ) links para acceder directamente a más de 100 horas de video, más de 400 horas de audio y más de 2.000 páginas de texto con creaciones artísticas mías e investigación personal y reflexión y divulgación didáctica de contenidos filosóficos, sociológicos, técnicos y lingüísticos principalmente asociados a la astrología y a la cultura griega.

Ambas, la astrología y lo griego, vendrían a ser la punta de un iceberg mucho mayor al que denominaría simplemente “cultura”, un universo semiótico antropológico que incluye miríadas de cosas que considero objetivamente valiosas (y no me refiero a mi producción en sí, sino a lo que ésta indica, aquello que señala y connota), y de ahí naturalmente las ganas de su difusión. Cuando no una cierta sensación de obligación.

No es nada inusual en mí: desde hace cuatro décadas trabajo sin pausa para ganar mi sustento diario y de esta manera poder dedicar gran parte del resto de mi tiempo cotidiano a cultivar paralelamente y en forma gratuita las cosas que más me gustan y valoro, honrando el afán que me nació siempre naturalmente de compartirlas.

No es un secreto que en la Universidad de Buenos Aires trabajo para ello  intensivamente ad honorem desde 2007 (un académico estadounidense dedicó al –para él– extraño fenómeno un artículo en su universidad), y desde antes todavía en otros ámbitos afines. Y mucho más atrás en el tiempo, en el mundo de la astrología, sobre todo en una entidad que luego ayudé a convertir y sostener como fundación sin fines de lucro y en donde, más allá de la legítima tarea remunerada, dedicaba una cantidad añadida de horas y esfuerzos ciclópeos, casi sobrehumanos, a mejorar los vínculos institucionales y la estructura con el fin de optimizar su tarea formativa y de investigación y difusión en el área, temas a los que dediqué en privado décadas de estudio y esfuerzo insomne. Un esfuerzo económicamente no remunerado que continúo llevando adelante y volcando en artículos y videos públicos y gratuitos en la web.

Pero mucho más atrás todavía en el tiempo le dediqué y dedico todavía esa misma energía obsesiva al arte y a la indagación cultural filosófica, social y científica: innúmeros días y recursos personales, decenas de horas reloj semanales a veces concentradas casi en exclusiva a esa labor, que después tomó forma tangible en obras de teatro, películas, programas de radio y escritos con los que rara vez busqué ganar un centavo; más bien al contrario, yo fui quien las respaldó monetariamente desde mi bolsillo. No voy a pecar de ingratitud, pero hubo mucha más transpiración que regalo; a lo sumo, el del don que me regaló la Divinidad de darme esa voluntad y capacidad de persistencia.

Quien haya llegado hasta aquí y no le haya fastidiado este sospechoso autopanegírico sobre mis supuestas heroicas contribuciones a la comunidad (que objetivamente fueron muchas, tangibles y muy valiosas) y sobre mis monumentales esfuerzos sostenidos y monetariamente desinteresados de alzar la vara en temas de interés al punto del sacrificio, cuando no de una autoinmolación típicamente bipolar, quizás se haya preguntado: ¿pero qué bicho le picó a este tipo? ¿Qué le pasa? ¿Tan viejo y con esas inseguridades de púber adolescente? ¿Tanto necesita del reconocimiento que tiene que pregonarlo él mismo? ¿Qué miserias más profundas esconde esta soberbia de querer venderse como santo? Etc.

Pero es que no. Desde hace décadas me atenaza la duda (cuando no la certeza), de que todo esto que dije que hago, todo, todo esto, está mal. Todo. Como decía Pasolini en algún momento final de su vida, que “Me equivoqué en todo”. Y así y todo no puedo igualmente dejar de sentir que debe ser hecho. Y de hecho no puedo dejar de hacerlo. Lo que es un dilema. Uno obvio. Hoy más álgido que nunca, y ante el cual, al igual que Arjuna en el Bhagavad-gita, no puedo permanecer inerte.

 

El dilema

Muy temprano me topé con la problemática de la gratuidad o no de las cosas en general, el libre acceso o no a ellas y su estatuto público o más privado, sobre todo de las valiosas. Y qué hacer al respecto.

Me había impactado fuertemente un concepto del maestro espiritual Gurdjieff, que decía que el conocimiento tiene una materialidad finita y que por ello no podía (y por consiguiente, no debía) compartirse indiscriminadamente, ya que esa materia finita se diluye y se desvirtúa. Y que si alguien topa con algo valioso recibiéndolo de manos de alguien que no le da valor (que es una de las lecturas que en nuestra sociedad tiene la gratuidad), naturalmente lo desvaloriza, lo devalúa y degrada, haciendo un daño no sólo a la cosa en sí, pero también a dicho receptor, que en forma casi inadvertida estaría siendo partícipe activo de un sacrilegio o de un linchamiento, en donde la víctima sería, antes que nada, el valor de la cosa en sí, ese lugar en donde radica parcialmente su identidad y su eventual función positiva y, desde ahí, al fin y al cabo, el sentido de su accesibilidad.

El concepto de “esoterismo” de la escuela de Pitágoras aludido por Aristóteles, las enseñanzas no escritas de Platón y el voto de silencio de las iniciaciones mistéricas van a ser la matriz del desarrollo del Hermetismo y otros esoterismos y filosofías paralelas, usualmente en los márgenes de las historias oficiales y pregnando tantas cosas tan caras para muchos de nosotros. Desde la prevención de las perlas para los cerdos del Evangelio a la pérdida del aura de Benjamin hay un hilo conductor que ya parte de una paradoja. Porque, ¿qué más público, publicitado y difusor que la Buena Nueva Para Todos de las Religiones del Libro (el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, el marxismo)? O del mensaje del Buda, o la reproducción serial industrial, metastasiada en lo digital y lo virtual, cada vez más accesible pero al mismo tiempo inasible por estar neutralizada en los altoparlantes del ruido blanco del aluvión de señales?

Umberto Eco, que suele caerme sistemáticamente simpático, en 1964 hacía una defensa lúcida y ponderada de los dos polos de las consecuencias de la cultura de masas, a los que llamó los “Apocalípticos” y los “Integrados”, poniendo un particular énfasis positivo en los últimos, aquellos que producen siguiendo la corriente de la masificación, pese a los peligros del mercantilismo, la manipulación ideológica y la banalización del entretenimiento que ello supone. Pero poco antes de morir, lanzó en una entrevista de junio de 2015 la bomba de que “El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.

Lo griego vaya y pase, porque tiene sus bemoles y todavía hay ciertos mecanismos institucionales. Pero la otra punta del iceberg, la de la astrología, está experimentando este fenómeno en forma mayúscula e hipertrofiada, con todo el brillo de una Súper Nova. Y todo lo que esta imagen implica.

La eterna disyuntiva entre elitismo y populismo, entre secresía para unos pocos elegidos para resguardo del valor y la calidad, y vulgarización a través de la divulgación masiva, con su posible degradación. Y también, aunque de otro modo, entre Bhakti Yoga y Karma Yoga. ¿Pero hay, Arjuna, verdaderamente una disyuntiva, una “elección”?

 

Elecciones

Estoy atravesado por el concepto, naturalizado en mi país y que comparto, de la educación pública y gratuita. Los ideales franceses del iluminismo y luego de la revolución francesa y la democracia liberal subsumidos en esa ley de educación común, gratuita y obligatoria que el gran presidente argentino Julio A. Roca promulgó en 1884 y de la que fui beneficiario en las gestas inclusivas del Teatro Colón o de la Universidad de Buenos Aires, en donde deliberadamente elegí formarme y hoy sigo trabajando.

Pero también me sigue acosando el eco de las palabras de un decano de otro establecimiento, que me decía que las universidades habían traicionado su sentido original y que se habían convertido en meros centros apenas formativos expendedores de titulos: adiós a la investigación real, y por extensión a la búsqueda de excelencia en la prosecución del saber compartido. La meritocracia se convirtió en mala palabra.

Y ni que hablar del proselitismo político, la partidización, el adoctrinamiento y la catequización en tal o cual línea convenientemente hegemónica que promueven desde el monopolio estatal estos espacios educativos públicos y gratuitos: desde las idioteces repulsivas del Paka Paka y los conocidos libros de lectura infantil de los populismos a les reiterades rimbombantes comunicades (sic) autoritarios y nazistoides de las actuales conducciones, que por miedo y conveniencia nadie objeta.

Pero el facilismo y la demagogia también permean las instituciones educativas privadas aranceladas: el negocio del titulito, la degradación y distorsión prostituida y mercenaria de los contenidos, la priorización de la “utilidad” de éstos por sobre la verdad, incluso si son falsos, o hasta abiertas mentiras. La invasión de los idiotas de Eco nutre la proliferación de los hijos de la mala madre, de los cínicos vendedores de humo que convirtieron los sanos y legítimos dispositivos académicos de control, que buscaban proteger la verdad y la parresía, en camarillas de tránsfugas, mafias corporativistas, capitalismo de amigos con entrada libre y luego no tan gratuita.

 

La ola

El “conocimiento para todos” de las redes es una bendición por la inclusión, la pluralidad, la polifonía, la accesibilidad instantánea sin discriminación. Como todo don de los dioses, al mismo tiempo y por todo eso, también es una maldición, en cuanto promueve lo peor de todo lo dicho más arriba (aunque, Ladran Sancho, al menos uno se entera más rápido de más cosas (antes de la era de las redes, me iba enterando a cuentagotas, y a veces con años de demora, de la punta del ovillo calumnias y difamaciones sistemáticas de quienes querían usurpar mi lugar cuando ocupé ciertos roles institucionales para hacer aquello en lo que creía y que gracias a la Vida en gran medida logré: hoy toda esa maledicencia se ve más rápido).

Porque la consciencia subliminal de la levedad y falta de digestión de los jirones y ráfagas de conocimiento devenidos en frasecitas hechas y sloganes desarticulados producen una compensación inevitable, que es la de la simplificación, la reducción, el fundamentalismo autoritario, talibánico y sectario del pensamiento único que se presenta como verdad única y taxativa, demonizando todo “eso otro”, el enemigo (del propio negocio, del propio kiosquito del Ego y de los cursillos que venden esa verdad). La Guerra Santa de las Almas Nobles atrincheradas en su supuesta superioridad moral, y que de santa no tiene nada: pura impostura, bandera y barniz para el negocio, como lo fueron todas las guerras santas históricas. Veo ataques fundamentalistas, muy cobardes e idénticos al linchamiento, por parte de la Buena Nueva de la Astrología Tradicional o Clásica (sea eso lo que sea, cuando se la distorsiona presentándola como un pensamiento homogéneo, consistente y sin contradicciones o multiplicidad de voces internas), la nueva ola de los exaltados precariamente informados que tanto se parecen a las juventudes hitlerianas.

Y su contracara, el negativo, las otras Almas Bellas: los Nuevos Evolucionistas y el Evangelio de la astrología kármica y humanística llevadas a sus consecuencias más oscurantistas, las de un subjetivismo solipsista, de religión sectaria y snob (con toda la cruel frivolidad del esnobismo), gurúes con aspecto de publicidades de pasta dentífrica que promueven el presentarse como astrólogos (aunque con conocimientos mínimos de astrología) que funcionan como terapeutas  (aunque con formación habitualmente nula en terapia) y videntes infalibles de lo invisible (tu interior, tu pasado actual y prenatal), aunque la tensión de sus afirmaciones haga tan evidente que en su empeño los ciega la codicia y los anteojos oscuros de su propio ego. Y a quienes también veo apedrear al tonto o al hereje que no piense igual (yo mismo fui más de una vez lapidado por ellos y por los neotradicionalistas, amparados por las sombras y convenientemente protegidos con pasamontañas: un tema a resolver entre ellos y su alma, que no me compete).

Los exaltados en cuestión proliferan cada vez más, porque público hay para todo, y sobre todo porque lo simple, lo fácil e inmediato “vende”, especialmente si se presenta con una pátina de intensidad y como “la única verdad” (muy profunda, además, oh Alma Superior la tuya, comprador, la de Narciso contemplándose en el estanque, presto a ahogarse). Y las editoriales y las instituciones educativas, sea en el área pública o privada, han decidido claudicar y  seguir la corriente: la ola, con todo lo que va destruyendo en el camino. “Integrados”.

 

Por qué

En algún lugar de mi sitio web escribí hace mucho y luego reproduje en algún libro mío: “No hago lo que hago por placer, ni para expresarme o ser querido. Tampoco por ambición, por convicción o por los demás, ni siquiera por elección o por necesidad: todos subproductos de una pulsión fastidiosa, de un vicio. Lo hago porque no puedo dejar de hacerlo.”

No sé todavía si me equivoqué o no en todo, pero sigue resonando en mí una frase de Gurdjieff y que hace décadas sentí que reflejaba mi vivencia como docente: “Sólo hay que responder las preguntas que duelen”.

Me corrí hace años del espacio público institucional y mediático porque es parte constitutiva de una sociedad que está pasando una crisis colectiva de salud, y por ello mismo no puede evitar ese mismo espacio estar igualmente enfermo (o peor) y ensañarse con los anticuerpos que buscan defender la vida. Mi solución parcial ante la corrupción generalizada fue la de apostar a una convocatoria más íntima, a un camino iniciático interpersonal en línea con la autogestión educativa de Carl Rogers y con la noción oriental de alumno calificado. Y a riesgo de ser una voz en el desierto, al llamado y acompañamiento ocasional de quien hace el camino del autodidacta. Cada vez tiendo más a pensar, como Asimov, que “La educación autodidacta es el único tipo de educación que existe”. Con las redes, no quepa duda: arrasaron por contagio con lo valioso que había en las instituciones y editoriales de otrora, y al menos a cambio dan ahora una experiencia única e inédita de oportunidad para quien quiere hacer el esfuerzo de saber.

Gurdjieff decía una verdad muy simple, casi pueril de tan evidente: “Hay que aprender de los que saben”. Toda mi vida busqué a los que saben, y encontré a muchísimos guías. Muchísimos. Y maravillosos. Entrañables. La lista es enorme y merecería ser hecha en algún momento y en otro lugar. E intenté en mi camino garantizar la circulación y fortalecimiento de esos saberes, de lo valioso conocido y a ser todavía descubierto, convocando a otros buscadores de la verdad para generar esa masa crítica suficiente que generara un centro magnético eficaz desde los lugares adecuados.

Quizás llegó a suceder, pero aparentemente somos máquinas de gasoil o petróleo todavía no preparadas para esa nafta o gasolina refinada que es la astrología, y la estructura implosionó: hoy quedó en su lugar sólo una estrella enana negra que atrae desde las débiles radiaciones de su antiguo brillo a incautos o ambiciosos, una guarida de malandros que cínicamente saben que no saben pero facturan.

 

La siembra

También decía Gurdjieff que el verdadero conocimiento, sobre todo el relacionado con la autotransformación y el desarrollo espiritual, no podía simplemente entregarse o recibirse pasivamente: había que ganarlo y asimilarlo activamente mediante esfuerzo y la lucha personal, enfatizando la responsabilidad del individuo en la búsqueda del autoconocimiento. Porque ciertos conocimientos esotéricos son demasiado poderosos para personas no preparadas, y un uso indebido o precipitado podría provocar daños u obstaculizar un progreso genuino. Como el pitagorismo, el hermetismo o el esoterismo en general (aunque no precisamente la New Age), veía que esos conocimientos podían ser fácilmente malinterpretados y mal usados, de ahí el lenguaje oscuro, las metáforas y las contradicciones que incitan al trabajo interior del otro, porque la verdadera comprensión  proviene es ese trabajo y la experiencia internos, no solo de la comprensión intelectual, potencialmente superficial y sin sustento personal real.

Por eso la lucha por adquirir conocimientos es una parte valiosa del proceso de aprendizaje, al que le es constitutivo la disciplina, la perseverancia y el aprecio por lo adquirido: un sacrificio sincero y realizado gradualmente a lo largo del tiempo que implicaría un proceso transformador de autoobservación y conciencia física y emocional que va más allá de la adquisición intelectual, todo ello necesario para integrar el conocimiento en el ser genuino. El libre acceso podría trivializar ese esfuerzo transformador al dar el conocimiento masticado y con cuchara, desalentando el acto personal necesario de luchar activamente por él. De ahí la promoción a que la responsabilidad de la adquisición de conocimientos recaiga en el individuo, en su trabajo activo de buscar y comprender, independientemente de las circunstancias externas, abriéndose paso en la maraña de discursos supuestamente equivalentes (en su sentido etimológico: no de similitud o identidad, sino de que “valen” lo mismo) y que conviven en suspensión coloidal en la semiósfera digital.

Así que seguiré quizás, mientras lo sienta, sembrando, dispersando semillas, confiando en que alguna o algunas caigan en el lugar adecuado. “Una sola semilla puede cubrir de verde a un planeta”, decía Osho : es en mí lo más parecido a la esperanza, que nunca fue mi fuerte, pero sí el apostar a construir un futuro mejor. Si equivoco el camino, pido desde ya disculpas: no sé obrar de otra manera. Pero lo que tenga de valioso para decir o para dar, ahí va, de nuevo y como tantas veces:  PUBLICO Y GRATUITO.

Jerry Brignone

9 de diciembre de 2023

 

Un festín neoplatónico

Dante y Beatriz en el Paraíso (La Divina Comedia, ilustración de Gustavo Doré)

Larga pausa de nuevo desde mi última publicación, esta vez por haber estado abocado en exclusiva a la preparación de un espectáculo teatral que estaba pergeñando desde hace veinte años, curiosamente cuando al mismo tiempo abandonaba mi carrera profesional como actor y director para dedicarme a cuestiones académicas.

La obra Memorias de Juliano (esto es un link a información siempre actualizada de funciones) refiere a un emperador de cualidades extraordinarias que tuvo un rol protagónico en un momento de la humanidad igualmente extraordinario, cuando el antiguo pensamiento griego y diversas escuelas religiosas e intelectuales orientales se sintetizaban en una corriente filosófica que se subía a los anchos hombros de Platón para darle un sentido integral a la existencia, y que por ello se llamó Neoplatonismo.

Plotino (siglo III d. C.), pensador emblemático del Neoplatonismo

Y aunque esa corriente era un continuum ininterrumpido preexistente a Platón mismo, en el siglo de Juliano se jugó la disyuntiva de si se expresaría en un politeísmo abarcativo y tolerante, o si tomaría la forma de un monoteísmo excluyente de otras alternativas, como finalmente ocurrió con el cristianismo. Porque al Neoplatonismo le es esencial la idea de la coexistencia de la noción de la Unidad con, al mismo tiempo, la de la pluralidad, y si bien en él ambos polos nocionales no son vistos en una tensión polémica, era previsible que en su materialización social ciertos poderes e instituciones tomaran partido.

Rafael Sanzio – La disputa del Sacramento

No hay forma de dimensionar adecuadamente la importancia que tiene el Neoplatonismo para comprender las bases de nuestra sociedad, de nuestro pensamiento y de nuestros productos culturales. No sólo está en las raíces del cristianismo, sino también de aquello que llamamos esoterismo u ocultismo (hace un año dicté en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires junto a Damián Pereyra y la participación del Dr. Pablo Ubierna, la Dra. Gabriela Müller y el Pbro. Agustín Costa como docentes invitados un curso cuatrimestral intitulado ‘La matriz helenística del esoterismo occidental’ que daba cuenta de esto), hasta llegar a la New Age, y en múltiples pensadores y artistas que a lo largo de dos mil años conforman una cadena también ininterrumpida que tiñe y moldea muchas de nuestras percepciones. Lo sepamos o no, nos guste o no, estemos de acuerdo con ello o no: está.

Mandala tibetano

Por afinidades personales, el Neoplatonismo tuvo un lugar de privilegio en el programa de radio Las palabras y las notas que llevo adelante desde hace cuatro años y medio, y tuve la suerte de contar como invitados con académicos especialistas reconocidos en esta temática a nivel internacional, así como con artistas muy cercanos a esa perspectiva. En este post concentro las referencias a algunos de esos programas con sus respectivos links subrayados en negritas al audio online o para su descarga, para que quien quiera escuchar alguno o alguno de ellos, los tenga a mano. La cantidad puede parecer excesiva, pero quise dar cuenta de lo que hubo. De hecho, el conjunto de todas las emisiones habidas y cada una de ellas plantea una diversidad mandálica que es propiamente neoplatónica, y dejé varios programas afuera en donde de un modo u otro se había rozado el tema o estuvo ese “clima” pero no era un eje protagónico. En mi descargo, en estas semanas escuché nuevamente todos (sic) los 45 programas que refiero en esta publicación. Por eso quizás también quede claro por qué no escribo seguido: no me sale hacer un post como quien sopla y hace botellas.

Rafael Sanzio – La Escuela de Atenas, sínodo de todos los grandes pensadores de la Antigüedad

Comienzo por el más reciente, el programa 228, en el que participó la Dra. Claudia D’Amico, filósofa especializada en el Neoplatonismo medieval que ha hecho muchísimo por la concientización de la importancia de esta corriente tanto aquí como en el resto del mundo de habla hispana, particularmente con la obra de Nicolás de Cusa. Poco antes, en el 214, el invitado fue el Dr. Ezequiel Ludueña, también profesor en la cátedra de Filosofía Medieval de la UBA, conocido por sus trabajos sobre Escoto Eriúgena y su traducción del Banquete de Platón. Y en el 107, la Dra. Gabriela Müller, docente de Sánscrito y Filosofía Antigua en esa universidad, que profundizó especialmente en los antecedentes del Neoplatonismo en la obra de Numenio de Apamea.

Rafael Sanzio – La boda de Eros (el Amor) y Psique (el Alma) entre los dioses del Olimpo

También hablamos directamente sobre el tema en el programa 65 con el humanista Damián Pereyra, con quien en el 150 nos dedicamos más específicamente el Hermetismo, una forma compleja y específica que adoptó el Neoplatonismo durante siglos. El politeísmo, al cual dediqué el 208, es el marco en el que se movía esta corriente filosófica antes de la hegemonía cristiana, y es el sistema religioso que intentaron reinstaurar Juliano y mil cien años después Pletón, a quienes dediqué el programa 194, emitido desde Atenas.

Fra Angelico – La coronación de la Virgen

El mundo de Bizancio, es decir del medioevo cristiano grecoparlante instalado después de Juliano, es el tema principal abordado por tres distinguidos especialistas: el filólogo Dr. Pablo Cavallero en el programa 39, académico estudioso de la hagiografía paleocristiana, el historiador Dr. Pablo Ubierna en el 70, medievalista enfocado en el Mediterráneo oriental, y en el 25 el Lic. Igor Andruskiewtisch, Presidente de la asociación argentina de cultura helénica Cariátide, experto en el mundo Ortodoxo, particularmente el ruso. En esa línea ortodoxa también se detuvo mucho en el 57 el Lic. Giorgos Pappas, Consejero para América Latina del Ministerio de Educación y Culto de Grecia, así como en el 131 el docente de griego moderno Prof. Sabbas Rousalis.

El ascenso del alma por las esferas planetarias

Y el clima tan espiritual, entre pagano y cristiano, de la Pascua fue el tema del 27, el viaje neoplatónico del alma en la figura del peregrino el del 87, y la conversión religiosa – otro tránsito del alma insito a las mediaciones y traslaciones neoplatónicas – el del 30, mientras que en el 22, se abordó la temática del destino, central al componente estoico del neoplatonismo.

El destino, tema inquietante central a la práctica de la astrología, que tuvo en Argentina a su primer practicante conocido en el – qué duda cabe – neoplatónico genial Xul Solar, del quien hablamos con la directiva del museo dedicado a él, Teresa Tedin, en el programa 114. La creación de la astrología que conocemos es contemporánea a la del Neoplatonismo, y el uno y el otro se comprenden mutuamente. Por eso no es casual que el de esa filosofía fuera el clima que impregnara las visitas de Emma Cacioni, fundadora del Centro Astrológico de Buenos Aires (CABA) en el programa 29, Alberto Chislovsky en el 21, Ana Lía Ríos en el 154, Juan Saba en el 125 y el griego Dimitris Koronakis desde Atenas en el 199. También la artista plástica Mirta Gontad considera la astrología, y en sus participaciones de los programas 176 (especialmente centrado en el misticismo) y el 16, tuvo una presencia importante el sufismo (así como en los que nos visitó Pereyra, ya referidos), la rama mística del Islamismo tan teñida de Neoplatonismo, que también estuvo presente en la visita de otro artista plástico, Roberto Plate, en el 13, y en una veta similar pero más ligada a extremo Oriente, en la del artista estadounidense Stevens Vaughan en el 26, mientras que en el 68, del artista Juan Doffo (en el único programa hasta la fecha cuyo registro se perdió por razones técnicas pero que pude reconstruir parcialmente a posteriori), también ahondamos en estas consideraciones.

Hieronimus Bosch – Ascenso del bendito al Paraíso

E igual que en casos anteriores, sin necesariamente referirnos en forma explícita al Neoplatonismo, la espiritualidad y religiosidad desde una perspectiva sensible o estética (recurrentes en ese pensamiento) también estuvieron en la visita del ex Secretario de Culto de la Nación, Dr. Norberto Padilla en el programa 46, la del Pbro. Agustín Costa en el 40, el musicoterapeuta Lic. Santiago Buzzi en el 106, el psicodramatista Dr. Carlo María Menegazzo en el 151, la yoguista Dra. Marian Vilariño en el 86, el docente de hindi Gaurav Bhalla en el 115, el musicólogo Prof. Ramiro Albino en el 171, el coordinador de La Abadía, Lic. Miguel Frías, en el 167 y el cineasta Alejandro Saderman en el 127.

Quema de brujas en el Renacimiento

La luz, metáfora positiva recurrente del Neoplatonismo, al encontrarse con algo lo ilumina. Pero al mismo tiempo se proyecta una sombra, y cuanto más intensa la luz, más intensa la sombra. En muchas ocasiones la natural llamada hacia el espíritu y la religiosidad fue utilizada para la manipulación, expoliación y destrucción de otros seres humanos. Como en algunos sonados casos de posesión demoníaca y caza de brujas brillantemente abordados por el arte como reflexión social en el programa 163, incluida la más famosa novela de Umberto Eco en el 183, la así llamada por Wilhelm Reich peste emocional en los casos de posesión colectiva, como el nazismo y similares, en el 177, y dos víctimas de esa peste: Pier Paolo Pasolini, con su cine henchido de inquietudes místicas, a quien está dedicado el programa  94, y Sócrates, a cuya muerte dedicamos un programa con el filósofo Prof. Carlos Bustos en la emisión 149.

La Acrópolis de Atenas – El Partenón

Aunque el Neoplatonismo está tan presente en muchas manifestaciones del cristianismo latino y germánico, del sufismo islámico, de la cábala hebrea y en tantas corrientes filosóficas, esotéricas y artísticas de Occidente, siempre son visibles sus raíces griegas, por lo que transitar por Grecia y el mero referirnos a ella ya es un inicio de acercamiento. Está presente en casi todos los programas, a veces invadiendo la emisión toda. Y en algunos casos estuvo muy presente ese feeling neoplatónico que quise retratar con este post y en esos programas con música, palabras y encuentro humano, en la primera visita del Prof. Carlos Bustos en el 31, el homenaje a la ciudad de Atenas en el 204, aquel otro muy sentido a Grecia, en el primer aniversario del  programa, recién llegado del país, en el 52, o en la poesía de Constantino Cavafis, a la que dedicamos el 19, y de las poetisas griegas, una de las especialidades de la Prof. Nora Schamó, en su visita en el 105.

Los Sephirot del Árbol de la Vida y la Cábala hebrea

Esta vez mi publicación no fue narrativa, descriptiva o reflexiva, sino una pura mediación, movimiento del alma buscando comunicar contenidos que siento más que valiosos. Que es la pulsión que anima el programa mismo todos los sábados y que pervive y mora ahí, siempre disponible, en su archivo virtual. Ahora la abundancia agrega nuevos derroteros los domingos en esas Memorias: una continuidad emanativa que es siempre entusiasmo y celebración.

Santuario de Delfos

Jerry Brignone, 18 de marzo de 2019

 

La belleza de un ciervo sagrado

La aparición de un cineasta griego que logre que la cinematografía de ese país trascienda el reducido circuito local helénico o el elitista de los festivales de cine hacia un reconocimiento comercial e internacional más amplio es una gran alegría para los amantes del buen cine y de la cultura griega.

Reconozcámoslo: la experiencia de acercarnos al cine realizado en Grecia es más bien pobre o decepcionante, sobre todo ante las expectativas que pudiéramos traer por la trascendencia de ese país para la historia de la identidad occidental. Aunque los filohelenos atesoramos un puñado de películas muy queridas, la realidad es que no son cien por cien griegas, porque las películas que cruzaron fronteras llevaban insitas en la construcción de su ‘ser helénico’ una relación muy fuerte con lo extranjero, reflejando lo ocurrido con la independencia del siglo XIX respecto del yugo turco otomano pero bajo el patronazgo de las otras potencias europeas de entonces.

La mirada de Ulises, T. Angelopoulos

Hace tres años dicté en la Universidad de Buenos Aires un curso cuatrimestral gratuito donde proyectamos y analizamos desde la perspectiva de la semiótica social y los procesos de construcción imaginaria de identidades sociales once películas estrenadas entre 1960 y 2003 que tematizaban este interrogante sobre la identidad de los griegos contemporáneos y su relación con sus míticos antepasados ante sí mismos y respecto del extranjero.

Las once películas eran de muy buenas a excelentes, algunas filmadas o producidas por capitales griegos, otras claramente foráneas pero con asunto, personajes o actores griegos o de ese origen, y su elección obedecía obviamente a la temática abordada. Incluían dos de los ejemplos más tempranos, emblemáticos y fundantes: ‘Nunca en domingo’ de Jules Dassin y ‘Zorba el griego’ de Michel Cacoyannis.

Nunca en domingo, J. Dassin

La de Dassin, un prodigio cinematográfico por donde se la mire, es muy griega y filmada en el Pireo con mayoría de actores del país, pero fue escrita, dirigida y coprotagonizada por un norteamericano (aunque el apellido confunde, era un intelectual de Connecticut exitoso en Hollywood perseguido por la inquisición macartista). Y en ‘Zorba’, los tres protagonistas estaban encarnados por actores extranjeros (el mexicano Anthony Quinn, el inglés Alan Bates y la rusa Lila Kedrova), con un director que prefirió afrancesare el nombre para que pudiera circular en el extranjero. En ambas el idioma inglés supera ampliamente al griego y están claramente narradas desde la perspectiva de un extranjero angloparlante.

Zorba el griego, M. Cacoyannis

Cuando pienso en películas verdaderamente extraordinarias que me atrevería a incluir entre las mejores –digamos– cien vistas en mi vida, no puedo incluir ninguna ciento por ciento griega. Y ello pese a que allí hay cine desde un principio y que tuvo una Época de Oro como el cine argentino o mexicano de las décadas del 30 al 50, aunque un poquito más tarde, dado que no ayudaron las tremendas contiendas bélicas que debieron atravesar la primera mitad del siglo, incluida la guerra civil a fines de ese período.

Como en Italia pero con menos inversión industrial, el Plan Marshall trajo una sensación de bonanza en el esparcimiento de masas que se tradujo en una gran producción de comedias en blanco y negro y luego en color, muchas musicales y en un tono siempre costumbrista, a veces turístico, menos veces dramático o policial, y que si hoy se siguen dando en la televisión con un espíritu similar al de nuestros canales Volver o Cine.ar TV del INCA, convocan más bien a la nostalgia o a un gusto asumidamente camp por el cine de culto, sea por demodé, por berreta o por malo.

Rebetiko, C. Ferris

Los siete duros años de la dictadura de los coroneles (1967-1974), como en la inmediatamente posterior en Argentina, no ayudaron a la industria, y el regreso de la democracia trajo algunos productos bien nacionales interesantes y estéticamente prolijos como la ‘Ifigenia’ de Cacoyannis de 1977 y ‘Rebétiko’ de Costas Ferris en 1983, pero no lograron marcar una tendencia. Más bien hubo comedias torpes y dramas sociales autocompasivos y lamentosos que terminaban siendo bastante aburridos. Y más tarde el típico cine experimental para festivales cercano a la estudiantina que cada tanto los filohelenos corríamos a ver religiosamente en el BAFICI de Buenos Aires, contentos de escuchar a actores griegos hablando su lengua pero luego un poco tristes por no haber visto –una vez más– una gran película.

Ifigenia, M. Cacoyannis

Tres nombres lograron trascender y destacarse en el panorama internacional: uno de ellos es el ya mencionado Michel Cacoyannis, que también lo escriben a la inglesa Michael y Mihalis a la griega con fonética inglesa, lo que ya es todo un símbolo de su extensa formación temprana fuera de Grecia, en Inglaterra. Obtuvo cinco nominaciones al Oscar por ‘Zorba’, ‘Ifigenia’ y ‘Electra’ pero, su éxito no significó haber dejado una impronta por particularmente creativo o innovador.

Z, Costa-Gavras

Otro es el caso de Costa-Gavras. Su nombre, seudónimo de Konstantino Gavras, también refleja concesiones propias de su larga estancia formativa en el extranjero, en este caso Francia, pero de ningún tipo en los contenidos: todas sus películas hasta la fecha sostuvieron explícitamente una denuncia política valiente y admirable en producciones internacionales con actores famosísimos. Algunos son peliculones memorables y merecidamente multipremiados, como ‘Z’, ‘Estado de sitio’, ‘Missing’, ‘La caja de música (Mucho más que un crimen)’, ‘Mad City’, ‘Amén’ y varias más. Sin embargo griega-griega no hay ninguna, exceptuando que ‘Z’ se basa en una novela de ese país sobre el asesinato de un diputado que anticipó la dictadura de los coroneles, pero la trama transcurre en un sitio indeterminado y en francés con actores franceses (excepto Irene Pappas).

La mirada de Ulises, T. Angelopoulos

Theo Angelópoulos es un fenómeno diferente: su breve e intenso paso formativo por París simbolizan su esteticismo europeísta, pero sus películas son todas bien griegas. Como otros países con cinematografías luchando por abrirse paso, tuvo que recurrir al viejo truco de incluir como protagonistas a actores famosos extranjeros como Marcello Mastroianni, Bruno Ganz, Jeanne Moreau, Harvey Keitel y Erland Josephson, tal como nosotros hicimos en Argentina ya retornada la democracia (pienso en las protagonizadas por Mastroianni, Gian María Volonté, Liv Ullman, Julie Christie, José Sacristán o Imanol Arias). De todos modos, confieso que, más allá de su vuelo estético y que me gusta su cine, a veces me aburre por pretencioso, con sus planos interminables que le perdono a Tarkovksy o a Dreyer porque apuntan a lo místico en la esencia y los resultados, pero que en él tienen algo de pose que no me agrada.

El sacrificio de un ciervo sagrado, Y. Lanthimos

En fin, los mencionados están muertos o ya demasiado grandes, y como filoheleno amante del buen cine me alegró mucho ir viendo cómo un joven griego llamado Yorgos Lanthimos fue armándose un nombre ya desde su primera nominación al Oscar como mejor película extranjera en 2009 hasta su última película ‘The Favourite’, que acaba de ganar ayer el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia, el premio a la mejor actriz protagonista y fue híper bien recibida por la crítica (supongo que acá la veremos recién el año que viene, ¡ufa!).

Yorgos Lanthimos (derecha) dirigiendo a Colin Farrell (centro)

Las dos primeras de estas últimas cinco películas tan reconocidas en los Oscar, Cannes, Venecia, Bafta y varios otros festivales, además de los de su país, son cien por cien griegas: ‘Kynodóndas’ (‘Canino’ o ‘Dogtooth’) y ‘Alps’. Las tres siguientes, dado el éxito de las primeras, tienen capitales y escenarios extranjeros con actores internacionales de trayectoria (Nicole Kidmann, Emma Stone y John C. Reill, y dos veces Colin Farrell, Rachel Weisz y Olivia Colman). Muchos argentinos vieron en televisión en el canal I-Sat ‘Canino’ y ‘Langosta’ (‘Lobster’), sin duda películas muy raras y que a mí me agradaron –al igual que ‘Alps’–, pero no me enloquecieron. Si hubiera sido por esas tres obras, no estaría escribiendo este artículo. Pero cuando fui a ver ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ (‘The killing of a sacred deer’), apenísimas empezada sentí que estaba delante de uno de esos grandes directores que a uno le conmueven radicalmente la existencia. Definitivamente. Y heme aquí.

El sacrificio de un ciervo sagrado, Y. Lanthimos

No soy crítico de cine o de arte, no sé ni me gusta analizar películas: cuando una buena obra de arte me conmueve quedo literalmente mudo y después no sé qué decir (me pasa lo contrario con el mal arte, que me produce una larguísima serie de insultos explícitos o sublimados que no se agota hasta que llego a compensar el disgusto sufrido). Sin embargo, semanalmente en mi programa de radio abordo alguna producción que considero particularmente valiosa narrando algunos detalles de color, algún elemento no spoilero de la trama y aludiendo a evocaciones, emociones específicas y el entusiasmo que me pueden provocar a mí o al invitado de turno.

De izquierda a derecha: Keoghan, Kidman, Lanthimos y Farrell en Cannes

En el caso de esta película de Lanthimos puedo decir que, como en sus obras previas, admiré los fortísimos riesgos asumidos por el director, empezando por el clima surrealista que genera la demarcación actoral, muy inusual y bizarra, y doblemente loable en cuanto se prestaron a ella luminarias como Nicole Kidman y Colin Farrell, ambos artistas que admiro inmensamente porque son gente linda y talentosa que se juega muy seguido también a elecciones de mucho riesgo y que ya me predispusieron favorablemente por su mero estar ahí: cuando el alto riesgo se equipara con alta calidad, las mandíbulas se me caen como a cualquier troglodita frente a un buen artista de circo. Los jovencitos están también fantásticos, muy particularmente Barry Keoghan, que tuvo unas cuantas nominaciones y premios por este papel.

Barry Keoghan en El sacrificio de un ciervo sagrado

La acción transcurre en Estados Unidos y desarrolla la típica trama de una familia de la alta burguesía cuya paz aparente se ve interrumpida por la irrupción de un extraño (Keoghan). Como en toda muy buena película, no importa tanto qué pasa como cómo se lo muestra. Se nota que el director también hace teatro, y a mí me hizo recordar mientras la veía a lo mejor de Haneke (sobre todo el de ‘Cachet’ o ‘Escondido’ o el de ‘Family games’), de Kubrick (particularmente de ‘El resplandor’) y de Pasolini (el de ‘Teorema’ y ‘Saló’). Lo que ya da una idea de la inquietud visceral que genera la obra, presentada en los medios como un thriller psicológico o sencillamente como una película de terror, que es el sentimiento que va in crescendo desde un primer momento hasta el final. Pero de la mano de una emoción estética que tiene que ver con la belleza en su más pura expresión, la del buen arte sincero, articulado e inteligente, y que aquí tiene toda la fuerza de la tragedia griega, sin olvidar otro componente intrínseco de la misma: el humor irónico, que aquí lo hay por demás y a veces con los recursos del teatro del absurdo a los que Lanthimos es tan proclive.

Colin Farrell y Nicole Kidman en El sacrificio de un ciervo sagrado

Después de mi larga introducción sobre mi percepción del cine de Grecia, cualquiera podría con todo derecho objetarme: ¿Y qué tiene de griego esta película, exceptuando al director? Bien, elípticamente (según él no estaba en la idea original de la obra) el título, la acción y una mención tangencial aluden a la tragedia de Eurípides ‘Ifigenia en Áulide’, donde para poder partir hacia la guerra de Troya su líder, Agamenón, debe sacrificar a su propia hija Ifigenia por orden de la diosa Artemisa para compensar la matanza que él había realizado por error de un ciervo sagrado en el bosque de la diosa (cierta tradición mitológica y literaria harán que luego Artemisa reemplace a la chica en el altar del sacrificio por otro ciervo sagrado). Pasolini afirmaba: “Los griegos tenían razón cuando decían que los pecados de los padres los pagan los hijos.” Y agregaba: “Es inevitable que así sea. Porque además así debe ser”.

El sacrificio de un ciervo sagrado, Y. Lanthimos

Cuando hace unos años, después de ver ese canto del cisne del genial octogenario Sidney Lumet que es ‘Antes que el diablo sepa que estás muerto’, salí del cine destruido y sin poder hablar por horas, sentí que por primera vez desde hacía mucho tiempo vivía el desgarro interior monstruoso asociado con la contemplación de la tragedia griega y sus crímenes familiares, la catarsis depurativa por el terror que menciona Aristóteles al caracterizar su esencia. Aquí viví lo mismo, ayudado por la banda sonora, potentísima, de música académica religiosa de distintos autores como Bach y Schubert, pero sobre todo de contemporáneos como Ligeti y la Gubaydulina, entre otros, que evoca esa vivencia de lo sagrado irrumpiendo en su forma más oscura y terrible: la de la justicia divina, inexorable y ausente de toda maldad.

El sacrificio de un ciervo sagrado, Y. Lanthimos

En suma, tuve el impulso de sentarme y compartir esto porque rara vez –no sé, digamos, cada dos años– tengo la impresión de haber visto una gran obra, de esas que le dan sentido por su mera existencia a la historia toda de la humanidad. Y en esto pido casi disculpas de que en mi vida el arte tenga esa dimensión tan central y fundamental psicológica, filosófica y religiosa, porque soy consciente de que para otros no es así o de que desde luego no los (con)mueven las mismas obras. Pero confío en que estos jirones de frases e imágenes puedan inspirar alguna curiosidad por ver esta pieza en particular, que ya por su misma calidad a mí me redime al cine griego moderno. Lanthimos y la belleza de su ciervo sagrado mediante.

Por lo que le estoy entonces tan, pero tan agradecido.

El sacrificio de un ciervo sagrado, Y. Lanthimos

 

Jerry Brignone, 9 de septiembre de 2018

 

El tzatziki, la Cámpora, el acordeón y el Partenón

Cuando fui hace 22 años por primera vez a Grecia, descubrí el tzatziki, una salsa/ensalada de pepino, ajo y yogur que me enloqueció y que traté de aprender de las mejores cocineras, restaurantes y tías incluidas. A la vuelta consideré seriamente fundar una religión alrededor de eso y me enteré por sitios web que otras personas en el mundo habían pensado lo mismo. Les enseñé a mi madre y mis hermanas y mis sobrinas la receta, quienes ahora lo preparan mucho mejor que yo y en mi familia todos son fanáticos.

Mi madre le enseñó a una empleada doméstica suya que también se fanatizó, y que al mismo tiempo trabajaba para un alto (…) directivo de La Cámpora del barrio, ése que anduvo con la griega bardera y bailó por un sueño. Todos los domingos los muchachos de la cúpula de la agrupación se reunían en su casa para chupar y morfar mientras debatían sus negocios y temas de militancia. Y se hicieron todos fanas del tzatziki de esta señora, que le pedían siempre que hiciera para comer como dip, cada vez más y más mamados.

Todo esto antes de la caída en desgracia de la desgraciada agrupación en nuestro generoso y tan desagradecido país. ¿Efecto causal, casual? Cada uno de nuestros actos tiene consecuencias realmente insospechadas, apenas hace unos días me enteré del efecto patriótico de mi encuentro fortuito y destinal con el tzatziki. Y me nace decir, como dicen los helenos: ZITO I ELÁDA!!! (¡¡¡Viva Grecia!!!).

Su pasado, testimoniado en sus ruinas ahí presentes sigue siendo fuente de inspiración y de construcción artística y política para el presente, y se sigue expresando en cosas tan aparentemente triviales como el tzatziki, cuando no en un instrumento de tan baja alcurnia como el acordeón.

No lo toco (literalmente y en todo sentido) desde hace muchísimos años, pero dos colegas griegos, Mary Galanou y Dimitis Koronakis, me propusieron grabar una entrevista de una hora y media en griego sobre las muchas cuestiones astrológicas que rodearon y rodean la realización de la película que filmé en Italia hace once años ‘Bomarzo 2007’, basada en la ópera de Ginastera y Mujica Lainez.

La conversación la llamaron “Simposio astrológico” y la hicimos mientras comiendo ricas cosas marinas griegas (desde luego, con tzatziki), en una taberna frente al templo de Hefesto, al lado de la Acrópolis. Y para darle más aire argentino, me invitaron a tocar ‘La cumparsita” en un acordeón que había a mano, y lo hicimos con el Partenón como fondo, mientras pasaba la gente.

Como hace tanto tiempo no tenía contacto con el instrumento, la cosa suena muy accidentada, no tan bonita como me salía hace años, pero… si uno no se da algunos gustos y no aprovecha las oportunidades que le va dando la vida, realmente es un boludo. Esa palabra tan argentina. Y sino, pregúntenle a los chicos de la Cámpora.

Jerry Brignone, 19 de agosto de 2018

El verano y las tabernas en Atenas

Grecia es sinónimo para muchos de verano con su mar, sus playas, sus casitas blancas mediterráneas y una picada al aire libre bajo la luna y las estrellas… También sinónimo del escenario arquetípico de la taberna y la alegría de su música en vivo bebiendo, comiendo y bailando. Pero, paradoja, en Atenas no hay tabernas en verano.

¿Y esto a quién podría importarle? ¡Bueno, a mí muchísimo y me costó varios viajes convencerme! Hoy, recién regresado de una larga estadía estiva en esa ciudad y todavía embargado de fuertes y hermosas vivencias, sigo sintiendo la relevancia que podría tener el tema para cualquier persona interesada no sólo en Grecia sino también en los fenómenos culturales en general.

En mi caso no es para menos: me había enamorado perdidamente de ese país y de su cultura toda hace 25 años, a principios de los 90, justamente por una visita a una taberna, una de las últimas que quedaban en Buenos Aires, espacios maravillosamente decadentes (como en algunos casos, nuestras milongas) que habían sabido de tiempos mejores y que por entonces transitaban sus últimos estertores.

La taberna en cuestión quedaba en Montevideo y Córdoba. Un lugar del cual no sabía nada y que sólo tenía un cartel colgando en la puerta con la inscripción “Takis Taberna Griega”. Sin existir todavía Internet y con poquísima música griega en las disquerías, mi interés reciente por ese mundo musical que ya adivinaba fascinante me llevó a vencer mi timidez y por fin una noche animarme a meterme.

Estaba casi vacío, lo que me sirvió para relajarme e ir entrando en confianza. Después de un largo rato llegaron los músicos y empezaron a tocar, con uno de ellos cantando (el Takis del cartel, de apellido Delénikas). Y decididamente me gustó. Muchísimo, Esperaba cada tema cada vez con más ganas, mientras iban sumándose nuevos parroquianos, que habrán alcanzado a unos treinta. Me sorprendió ver que algunos se levantaban y bailaban en la pequeña pista: generalmente danzas de dos o de uno, y también alguna más grupal.

A medida que se iba caldeando progresivamente el clima, los bailarines se iban sucediendo, ninguno contratado para un show, sino los mismos clientes que asistían a la velada. Y lo que más me fascinaba, mientras caía en la cuenta, era la asombrosa diversidad de ese público: marineros que suponía griegos, claramente algunas prostitutas, gitanos en algunos casos de aspecto de cuidar, pero también ejecutivos de traje y corbata y familias enteras con sus viejitas venerables y los niños manejándose como en casa. Cada uno pasaba y tenía su momento de protagonismo, y cuando no, miraba con respeto al que estaba en ese momento adelante. En ciertas rondas grupales participaban casi todos, en una diversidad sociológica que me resultaba inconcebible en ningún otro contexto.

¡Y con esa música! Esa misma música que Jorge Luis Borges cantó en su poema “Música griega”, surgido de su atenta y reiterada escucha en ese mismísimo espacio donde yo estaba, cuando su esposa María Kodama tomaba clases de danza con quien después sería mi gran amigo, Jorge Dermitzakis, y Takis hacía trinar su buzuki y entonaba con su voz inconfundible esos temas hechos de puro espíritu. La comunión de esa música pitagórica de las esferas con esa festiva convivencia en la diversidad por el otro, más una justa dosis de bebidas espirituosas acompañando danzas tan vívidas y únicas, se me hacía en todo la figura de un paraíso aquí en la tierra, un arquetipo de lo totalmente posible porque de hecho estaba ocurriendo ahí. Si una palabra pudiera resumir lo que en ese espacio ocurría era “alegría”. Una alegría primordial como aclamación de la vida, simple y espontánea celebración de existir.

Cuando salí de la taberna esa noche, sabía que algo había sido profundamente conmovido dentro de mí y sin necesidad de meditarlo ni por un instante supe que había encontrado el mundo en el que quería vivir. Fue una experiencia en todo sentido iniciática y la segunda visita que mencioné no tuvo que ver ni por asomo con la desilusión, como a veces pasa con estas cosas sino, al contrario, con una plena confirmación. A los treinta y un años de edad fui enteramente poseído en cuerpo y alma por el espíritu de la Hélade y me preguntaba en qué había malgastado mis treinta años anteriores.

La plenitud que me causaba escuchar música griega y verla bailar naturalmente me llevó a querer aprender a bailarla y ser uno más con la gente de la taberna. Aprendí con una mujer en un local nocturno griego en Perón y Suipacha llamado “Oniro”, no muy entusiasmante como taberna pero no importaba: era griego. Lo mismo podía decir de “Fandasu”, traducción literal al griego del “Imagine” de John Lennon, de quien el dueño era fanático. No había muchas más opciones: el famoso sótano “Alexis” de Cerrito y Santa Fe había perdido su antiguo glamour y ahora era un bar de coperas donde lo único que se escuchaba de griego era una versión paupérrima de Zorba una sola vez en la noche. Por su parte, el legendario “Skorpios” de Santa Fe y Rodríguez Peña, que tanto hizo delirar a Buenos Aires en los 70 y parte de los 80, ya había cerrado hace rato y todos los otros poco a poco languidecían.

Como ya dije, me fascinaba el aire decadente de estos espacios que desaparecieron hace años por diversas variables económicas, incluyendo que los barcos griegos ya no atracan en nuestro puerto y que con los años los inmigrantes están cada vez más grandes o muertos. Me remitían a otro mundo, un poco marginal y un poco encantado. Takis cerró su local de la calle Montevideo y abrió otro en Humberto I y Entre Ríos llamado “Salónica”, pero convocaba poco público, excepto las trabajadoras que se morían de aburrimiento. Después se mudó a la taberna “Zorba” de Independencia a una cuadra de Entre Ríos, con mayor convocatoria, no sólo algunos marineros sino también muchos gitanos, ladrones confesos muy divertidos y muy de vez en cuando algún griego local o descendiente.

En casi todas mis visitas la pasé fantásticamente bien porque ahí también por fin me animé a salir a bailar, y luego cada vez más. Como sentía que me tenían cierto aprecio y esto me daba confianza, junté fuerzas y pedí cantar en griego con la orquesta mis dos tres caballitos de batalla que me sabía de memoria.

Estudiar el idioma para entender qué decían las letras me abrió nuevos caminos en la vida, pero la visita al país en cuestión era un hito inevitable, una Meca. Y fue confirmatoria y nuevamente iniciática: el primer viaje de un mes en el invierno griego y otro poco después de dos meses profundizaron este entusiasmo, y viví algunas experiencias nocturnas de taberna intensas con ese sabor de lo auténtico y músicos más sofisticados.

Cuando, años después empecé a por fin poder visitar el país en verano, como hacían la mayor parte de las personas que yo conocía y envidiaba por eso, empecé a buscar lógicamente el súmmum idealizado de la experiencia de taberna pero en los entornos igualmente idealizados del aire libre y demás. Y me tomó tiempo convencerme de que no era una cuestión de mala suerte, sino una realidad de la que me terminaron de persuadir varios residentes, el hecho de que el “formato taberna”, si bien menos popular y numeroso que hace unas décadas, en Atenas era un fenómeno más bien invernal. Porque el griego, con su excelente clima mediterráneo tan poco lluvioso, asocia necesariamente el verano con el aire libre, y ese escenario grupal festivo no pareciera adecuado a los patios abiertos en las veredas. Causa o consecuencia es que los mejores músicos también se toman vacaciones (para los griegos son sagradas) o, más lucrativamente, se van a trabajar a otros países con fuerte inmigración como Estados Unidos, Canadá, Australia o Alemania.

Pero porfiado, el que busca encuentra, aunque no encuentre exactamente lo que buscaba. Amo demasiado a esa ciudad, a la que en otros artículos le dedicaré más espacio, y una de mis pasiones desde mi primer encuentro es caminarla, caminarla y caminarla en todos sus recovecos y callecitas, y de a poco y con las horas de caminata diaria durante meses y a lo largo de los años pude ir descubriendo algunas cosas.

No quizás tabernas en el sentido hasta ahora expuesto, pero en Atenas en verano hay un clima musical, un entorno en el que por una razón u otra uno está siempre escuchando sonar alguna música, sobre todo griega. Desde luego hay decenas de locales de comida y bebida con mesas al aire libre para turistas e inclusive griegos, y muchos de ellos tienen dos o tres músicos tocando en vivo, generalmente con micrófono. Apiñados en el centro habrá unos veinte o más. Pero lamentablemente la rutina comercial orientada al extranjero hace que la perfomance de la mayoría de esos músicos que están ejecutando durante horas todos los días tenga cualquier cosa menos entusiasmo y, en muchos casos, menos todavía pericia técnica o calidad musical. En Grecia hay un término para esto: ‘skiládiko’ (skilos significa perro, o sea que los cantantes “ladran” como perros). Lo que a mi sensibilidad le causa el efecto contrario al deseado.

Poco a poco fui descubriendo sin embargo que en tal o cual lugar algunos días de la semana podían encontrarse músicos que ponían el alma en lo que hacían, contagiando el placer que les daba tocar y transmitiendo todo eso que pude haber vivido, aunque fuere de otra manera, en mis experiencias iniciales de taberna. Esa plenitud, esa alegría, esa emoción, esa exaltación, esa mística que no puedo adjudicar solamente a un gusto personal mío, sino a algo del orden de lo que Gurdjieff llamaba “el arte objetivo”.

Pude encontrar apenas tres o cuatro de estos lugares, no más, pero fueron un tesoro. Quedaban en mis calles favoritas de Atenas, en el centro histórico: Ermú, Adrianú y Mnisikléus. En una de ellas los músicos eran casi siempre distintos, nueve de cada diez casos, excelentes, y encima tocaban sin micrófono, lo que le daba un aura más especial todavía. Pocos parroquianos en un lugar maravillosamente desangelado, céntrico, en plena calle y con cero estrategias de seducción al turista, con artistas especializados en la rembétika, esa música que tiene un dejo de otro mundo, incluso oriental, y no sólo con guitarra y buzuki, esa especie de mandolina típica de la música griega, sino también con algún otro instrumento folclórico.

La música griega, aunque refiere en sus letras a ese dolor tanguero y quejoso, en general tiene esa alegría, esa vitalidad, esa luminosidad que es como un canto a la vida, pero hay que recordar que ellos también son los inventores de la tragedia. De hecho, tragudi, que en griego moderno es canción, tiene la misma base de tragedia, porque la tragedia se cantaba: declamada pero también con música. El antiguo ritual del dios del vino Dionisio con el chivo expiatorio, el tragos, que es la base del teatro y de la liturgia cristiana, tiene un pathos típicamente mediterráneo que en estos espacios se hace más que presente.

En lugares como éstos pasé literalmente casi todas mis noches de estos últimos largos viajes en Atenas, y como una parte de mi disfrute también es compartirlo, por eso este escrito. También lo hago casi semanalmente en mi programa de radio, del cual pueden escucharse los hasta ahora 200 programas en este link de aquí:  LINK,  donde a veces dediqué un programa entero a Grecia e inclusive  ESTE  a la taberna, emitido, como otros, desde Atenas. Y para quien guste meterse un poco más en esta música más allá de los comentarios del programa, comparto aquí un link de descarga de más de 150 temas en mp3 que fui juntando con los años e incluyen desde luego a la mayoría de mi favoritos:  MUSICA GRIEGA.

La taberna es una pieza clave del imaginario griego en su forma de concebirse a sí mismo y de cómo vemos a esa cultura, un lugar esencial en la construcción de su identidad: casi todas las películas en blanco y negro de la época del cine de oro de Grecia transcurren ahí. Sobre todo y arquetípicamente, esa maravilla cinematográfica de 1960 que es ‘Nunca en domingo’ de Jules Dassin, protagonizada por su esposa Melina Mercouri.

Desafortunadamente Buenos Aires no ofrece mucho lugares donde se pueda vivir esto: hemos tenido históricamente una pésima suerte con los restaurantes griegos (sea en cantidad como, sobre todo, en calidad, más allá de su éxito), y a falta de las verdaderas tabernas a las que me referí, ahora hay una fiesta grupal que algunas colectividades griegas organizan cada tanto y a la que llaman ‘taberna’, pero donde para mí están ausentes la calidad y la mística de todo lo descripto.

Como dije, a esa taberna de Takis Delénikas de la calle Montevideo venía seguido Jorge Luis Borges, que escuchaba muy atentamente, mientras María Kodama tomaba sus clases de danza griega. Y una noche escribió este poema, que le dictó por teléfono a Carlos Ulanovsky para publicar en Clarín en 1985, un año antes de morir, con el título ‘Música griega’:

Mientras dure esta música, seremos dignos del amor de Helena de Troya.
Mientras dure esta música, seremos dignos de haber muerto en Arbela.
Mientras dure esta música, creeremos en el libre albedrío, esa ilusión de cada instante.
Mientras dure esta música, seremos la palabra y la espada.
Mientras dure esta música, seremos dignos del cristal y de la caoba, de la nieve y del mármol.
Mientras dure esta música, seremos dignos de las cosas comunes, que ahora no lo son.
Mientras dure esta música, seremos en el aire la flecha.
Mientras dure esta música, creeremos en la misericordia del lobo y en la justicia de los justos.
Mientras dure esta música, mereceremos tu gran voz Walt Whitman.
Mientras dure esta música, mereceremos haber visto, desde una cumbre, la tierra prometida.

Jerry Brignone, 14 de agosto de 2018