Acabo de ver en el antiguo teatro griego de Epidauro al noreste del Peloponeso una excelente versión de la tragedia de Esquilo “Agamenón”, estrenada hace 2.500 años aquí en Grecia sobre eventos ocurridos 1.000 años antes. Con esta experiencia que comparto aquí de paso inicio la de un blog interactivo con mis otras redes sociales y mi histórica página web y que voy a estar nutriendo bastante seguido. Creo que por fin encontré mi lugar y mi lenguaje en esto de las redes, veremos cómo me/nos funciona.
El imponente teatro de Epidauro tiene una capacidad de 12.000 espectadores, y anoche estaba completamente repleto. Había sólo dos funciones de esta obra (ésta era la segunda), dentro de la temporada de verano del Festival Internacional de Atenas. Pero al menos en la mitad superior y más barata de las gradas, el 95% del público era griego (tengo bueno oído para los acentos). Y en el pullman de ida, los sesenta pasajeros eran 100% griegos, ruidosos y dicharacheros, con un grupito de diez jovencitos particularmente alegres aunque para nada agresivos, tapando todos con sus voces la música moderna de fondo y después interactuando muy cómica y pícaramente con el chofer a través del micrófono, provocando grandes carcajadas: me sigue conmoviendo y alegrando tantísimo en los viajes de estos últimos cuatro años ver cómo los griegos, todavía en el medio de la crisis económica, recuperaron su espíritu vivaz y locuaz, disfrutando cada momento pese a todo en bares, paseos y restaurantes, en una lección de realismo y madurez cívica y existencial que me suena tan lejana de la eterna y amarga queja quietista, obsecuente y golpista que escucho a diario en Argentina, donde se reclama todo y nadie está dispuesto a dar nada a cambio.
Mientras reían y cantaban, atravesábamos un paisaje soñado que, viniendo del centro de la metrópoli (el Monumento al Soldado Desconocido, en el corazón de Atenas), nos sumergía cada vez más en un sendero que tenía todo el sabor de lo iniciático. Sobre todo cuando literalmente cruzamos el paso obligado del Canal del Istmo de Corinto. Y después bosques, mar, piedras, cielo, montañas, nubecitas coloreándose en el atardecer a medida que nos acercábamos a destino, tan cercano a las sagradas ruinas del templo de Esculapio, el dios de la sanación.
Fuimos llegando entre los primeros, lo que significó dos horas de espera hasta que empezara el espectáculo y se fuera llenando el teatro y desapareciera definitivamente la luz natural. Me impacta una y otra vez ver a tantos griegos disfrutando de las cosas que uno piensa que son más para el turista y que ellos viven como algo tan naturalmente propio: parejas, grupos de amigos, familias enteras con sus chicos, todos en informales bermudas y ojotas, dispuestos con sumo entusiasmo a ver, con un silencio reverencial y sacro realzado por el canto envolvente de las chicharras, una parte de su propia historia arcaica: la historia de Agamenón, el hijo de ese Atreo que mató a su hermanastro y asesinó a los hijos de su otro hermano y se los hizo comer adobados, engañado. Agamenón, el victorioso héroe de Troya que mató a su propia hija Ifigenia para poder llevar adelante el baño de sangre de esa guerra, y que al volver a su casa es recibido con engaños por su esposa Clitmenestra y su primo, quienes lo parten en pedacitos a hachazos, a él y a su botín de guerra, la vidente Casandra, un asesinato que será vengado por su hijo Orestes, quien, instigado por su hermana, se encargará de matar salvajemente a su propia madre para hacer justicia. Todo muy edificante, ja ja ja.
Arriba de los actores se adivinan las montanas y los bosques que rodean típicamente a los antiguos teatros griegos, y por sobre esas siluetas brillan Venus y un poco más atrás mío, Júpiter, entre tantas estrellas. Una bóveda titilante que coincide con los estremecimientos de mi cuerpo, todo el tiempo erizado de piel de gallina, casi todo el tiempo llorando, en muchos momentos temblando. Pero no de frío, sino de terror, agradecimiento y alegría por estar disfrutando ésta, mi primera tragedia en griego en Grecia, en mi décimo viaje a ese país desde la primera vez que lo pisé hace 22 años y habiendo hecho yo mismo tantas tragedias y obras en griego (incluido un fragmento de esta misma “Agamenón”: la operita psicodélica “Kassandra” de Xenakis en 1999); pero ésta era la primera vez que por fin mi larga estancia coincidía con las fechas del Festival.
Y digo que no temblaba de frío porque, hasta que apagamos los celulares justo antes de empezar, en todos decía 34 grados, lo que no era nada comparado con los asientos de piedra de unos 2000 años sobre los que estábamos sentados y que habían absorbido todo el día el sol del verano mediterráneo y ahora lo emitían con toda generosidad a nuestros cuerpos, cual huevos friéndose arriba de una piedra en el desierto. Pero a nadie le importaba el calor: es parte natural y constitutiva del evento. Me hacía recordar también a las dos veces que fui al cine al aire libre al lado de la Acrópolis, en Thissio, y donde de nuevo en esa ocasión Júpiter, Marte y la Luna se destacaban entre las estrellas, arriba de la pantalla de la excelente película que estábamos todos viendo con la silueta del Partenón en el fondo y yo lloraba (soy llorón).
Esto de los cines de verano es algo muy común en Grecia, aunque cada vez haya menos: la gente vive socializando al aire libre, come, toma café o bebidas al aire libre, sentados o caminando, ven teatro y cine al aire libre, las tabernas son al aire libre y todo el mundo en suma está afuera. No es cien por cien privativo de Grecia: tiene que ver con ese buen tiempo mediterráneo que nosotros en Buenos Aires no tenemos, porque el nuestro es tan ciclotímico y desafortunado como nuestra economía. En Italia también hay estos tipos de cine y de hecho también en ese país vi el año pasado, en Siracusa, en un teatro griego muy bien conservado, mi primera obra en un teatro antiguo, “Las ranas”, una comedia de Aristófanes pero actuada en italiano con los dos cómicos sicilianos más famosos (como decir hace unos años Porcel y Olmedo). La puesta era pésima, pero era agradable ver a miles de italianos en ropa de playa riéndose y festejando las guarangadas escatológicas escritas hace 2.500 años por ese comediógrafo irreverente.
La puesta de “Agamenón”, en cambio, estaba muy, muy bien (y yo soy muuy difícil como espectador, quizás por director teatral perfeccionista que soy): simple, solemne, amplia pero minimalista, con muy buenos efectos de luz y música del director lituano Cezaris Grauzinis. El texto me ponía la piel de gallina porque no era una edición o versión libre actualizada, sólo la traducción del original al griego moderno (con subtitulado inglés): es inquietante cómo una buena versión de estas obras tan antiguas, fuertes y profundamente filosóficas y poéticas parecen estar hablando a nuestras vísceras y a la actualidad política y existencial del aquí y ahora. Impresionante. Máxime con buenas actuaciones, particularmente la de Clitmenestra, encarnada por María Protópapa (la de la foto). Y aunque todos tenían que gritar un poco al declamar para que los escucharan los 12.000 espectadores, las voces se oían espectaculares y sin amplificación, porque Epidauro está reconocido como el mejor teatro del mundo, en términos de acústica y proyección sonora.
Hay un punto en particular que está muy medido y estudiado científicamente, que es el más potente en su claridad acústica: cuando los actores se acercaban a él, no podía dejar de acordarme cuando yo mismo recité fragmentos de Edipo Rey en griego moderno y antiguo en ese mismo punto hace 18 años, por supuesto informalmente y como turista, con otras decenas de turistas escuchando muy impresionadas porque de verdad la voz parece sobrenatural, como si no hablara uno sino los dioses o las montañas, algo realmente escalofriante. La foto de ese momento no es nada mágica y lo visual arruina lo recién narrado, pero es un lindo recuerdo y un documento. Sin duda me doy y me dí todos los gustos, por lo que soy un mar de gratitud: en ese mismo viaje un amigo me sacó también cuando nadie nos veía fotos corriendo desnudo por el Estadio Olímpico de Olimpia, pero desde luego que ésas no las puedo mostrar aquí, no porque haya nada que me avergüence (todo lo contrario), sino porque a alguno podría molestarle o a algún otro darle la excusa para denuncias innecesarias, ja ja ja.
¿Por qué estoy contando todo esto? Creo que sencillamente por el entusiasmo de compartir algo que fue muy lindo e intenso. Y quizás también el no tan secreto deseo de que algunos se entusiasmen lo suficiente como para ir a buscar una experiencia similar en ese mismo ámbito: porque vale la pena. Yo mismo estoy volviendo a organizar viajes grupales turístico-culturales, tal como lo hice hace unos cuantos años, ahora con el agregado de contenidos y lugares muy puntualmente iniciáticos desde distintas tradiciones espirituales. Y seguro voy a seguir tentando a mucha gente, porque desde hace más de veinte años que soy una especie de entusiasta “agregado cultural y turístico no oficial y ad honorem” del Estado griego, y mucha gente fue muy beneficiada y está muy agradecida por ello. ¡Así que hasta pronto!
(Éste fue mi primer “post de blog” en mi vida; si da, haceme saber si te interesó 🙂 )
¡Maravilloso relato!
Gracias Mary, beso grande!
Muy buen blog,interesante …y cuesta dejar de leerlo. Mucha merd…como dicen en el teatro mucha suerte en este nuevo emprendimienho.
Muchas gracias Mario por tu comentario y los buenos deseos! Un fuerte abrazo!
felicitaciones por este nuevo proyecto! Excelente tu primer “post”!
Gracias por ser tan curioso, tan inquieto, tan sabio y por tener la generosidad de compartir tus conocimientos y experiencias de vida. ¡Éxitos!
Gracias Nora, sabia filohelena y querida amiga, viniendo de vos es un lujo!
Que bueno que hayas podido disfrutar de una buena puesta en ese lugar maravilloso. Abrazo!
Gracias Willy! Fue genial! Abrazo!